Pérdida de la intimidad, depresión, angustia y aumento en trastornos relacionales, pueden ser sólo parte del costo emocional y psíquico que un uso desmedido y nocivo de las redes sociales pueden generar en sus usuarios, sobre todo en los más jóvenes, si no cuentan con un correcto acompañamiento y supervisión.
Historieta de Alberto Montt.
Así lo advirtió el licenciado Gustavo Nahmod, psicólogo clínico, durante el programa radial “Esto Da Qué Hablar”, conducido por Amalia Barcan, comunicadora en Salud, y transmitido por Flores 90.7 AM, en el cual compartimos micrófono como invitados, para realizar un análisis psicosocial sobre el uso y abuso de las Redes Sociales y cuyas conclusiones comparto en este artículo.
Lo privado, lo público y lo íntimo
Las redes sociales tomaron por asalto el acontecer humano en casi todas sus expresiones, por lo cual han modificado, de manera abrupta podríamos decir, la forma en que nos relacionamos con los demás y con nuestro entorno, lo que ha generado, en gran medida, que subestimemos el impacto negativo que su uso exacerbado puede ocasionar en la construcción sana de vínculos e incluso en la formación de la autoestima y percepción.
Como una de las principales causas de esta situación, Gustavo Nahmod señaló que las redes sociales han trastocado la barrera que separa lo público, lo privado y lo íntimo, cuya brecha parece estarse desquebrajando, ocasionando pérdida de la privacidad, sobreexposición y consumo de contenidos inapropiados, entre otros.
Si queremos diferenciarlo, el aspecto público es lo que más se conoce de nosotros, lo que decidimos y deseamos compartir con los demás; por otro lado, está lo privado, que tiene que ver con aquello que comparto con las personas de mayor cercanía, y la tercera clasificación, es lo que respecta a nuestra faceta íntima, aquello que normalmente no compartimos o lo hago sólo con la gente de mi entera confianza.
Sin embargo, según explicó mi co-invitado, “con las redes sociales la barrera entre estos aspectos de nuestra vida, se han desdibujado y se pierde de vista lo que realmente quiero o debo compartir con el resto del mundo mediante las plataformas digitales; qué quiero compartir con mi círculo más cercano y qué no quiero compartir o hacerlo sólo con dos o tres personas”.
Esto se debe, en parte, a que quizás no terminamos de comprender el alcance de las publicaciones que hacemos en un medio social o social media, como Facebook, Instagram o Twitter, y un gran etcétera, así como la magnitud y vertiginosidad con que se distribuye a través de las redes sociales que hemos formado en éstos e incluso más allá, traspasando a las redes sociales de mis contactos y los contactos de sus contactos.
“Si bien alguien puede decir “yo no tengo nada que ocultar”, igual creo que debe haber un límite, porque esto tiene un costo: ¿Qué me queda para mis vínculos cercanos? ¿Qué me queda como vida íntima, y qué para mi vida personal?”, subrayó Nahmod.
Vínculos y pseudovínculos
Otro trastorno que puede generar el uso inadecuado de los medios digitales y sus interacciones, se produce cuando se confunde la noción de contactos en redes sociales con el de amigos y cuando la cantidad de likes o “Me Gusta” en una foto o publicación encubren cierto sentimiento de soledad o cualquier otra emoción que se esté transitando, a través de la sensación de pertenecer a algo.
Podemos terminar por no diferenciar entre un símbolo y un vínculo, cuando llegamos a creer que un like en un post es correlativo a un “Te Quiero”, tomando en cuento que quizás la persona que lo da, está en la misma búsqueda de pretender o sentirse parte de algo, mediante un vínculo virtual.
Sobre este respecto, Nahmod acotó que determinadas personas con cierta predisposición a ser inhibidas o con dificultad para establecer relaciones interpersonales o comunicacionales con sus pares, tienden a sentirse cubiertas, protegidas y aisladas, a través de una pantalla, lo que las habilita para comunicarse con otras personas.
Sin embargo, hay una línea delgada entre el uso positivo y negativo de los social media como facilitadores o generadores de vínculos y catalizadores de pseudovínculos, pues aunque pueden ser una herramienta para superar el miedo a desarrollar relaciones, si son vistas como el único alternativa ello, refuerzan la patología.
“Si a través de las redes sociales conozco personas con las cuales compartir intereses o comunicarme, es positivo, pero si queda suscrito sólo a lo digital, esto podría reforzar mi síntoma o causa original de la búsqueda, es decir la inhibición emocional, afectiva y/o dificultad de interacción personal”, explicó el psicólogo.
Pero si me abre la puerta a crear vínculos saludables, que luego trascienden a la vida cotidiana y aporta situaciones positivas o constructivas en nuestra vida, es saludable. Lo vemos hoy en día con personas que se conocen y se hacen buenas amigas, relaciones estables de pareja e incluso en matrimonio, ahí hablamos de redes sociales como herramientas para establecer vínculos en nuestra realidad objetiva, salir del aislamiento.
Comparaciones virtuales
Las redes sociales se producen a través de las interacciones y vínculos que creamos con otros usuarios de cada uno de los medios sociales que utilizamos, como el Instagram, Facebook, LinkedIn, etc, lo que en otros tiempos era la televisión o los chats, por lo cual muchas veces reproducen una realidad creada, en este caso por nosotros mismos, los usuarios, debido a que en la mayoría de las ocasiones se comparten los momentos positivos y felices, obviando el cotidiano.
Por eso, cuando seguimos la vida «ficticia» de otros usuarios, un error es caer en la comparación de nosotros mismos con esas irrealidades, temiendo quedarnos por fuera o no ser tan exitosos o felices como nos muestras los demás.
“Nos perdemos de vista a nosotros mismos”, apuntó Nahmod. Como me distraigo de mi mismo para igualar lo que supuestamente le pasa al otro, empezamos entonces a crear una identidad paralela, cuyo mayor problema no es querer hacer creer a los demás que somos eso que mostramos, sino que terminamos creyéndolo nosotros mismos.
“A esto me refería cuando hablaba al costo emocional. Si me esfuerzo en mostrar lo bien que estoy con mi pareja, o de que tengo las cosas que quiero que vean que tengo, cuando llego a mi intimidad a encontrarme conmigo mismo, y veo que en realidad no lo tengo, lo que me viene es una depresión o una angustia”.
“En este contrapunto de lo que muestro con lo que realmente soy, ahí pueden sobrevenir los síntomas, como trastorno del sueño, la ansiedad y la depresión. Claro que cada persona lo vive diferente, no se puede generalizar, pero es interesante señalarlo a manera de análisis”, comentó.
¿Afecta más a migrantes digitales que a nativos digitales?
En cuanto a los niños y adolescentes, cuando se producen estos efectos, hay que hablar de corresponsabilidad, porque también evidencia una falla en la supervisión de los adultos que son responsables de su bienestar y salud.
Para eso debe estar la presencia y participación de los adultos y educadores o de ser necesario especialistas, para acompañar o instruir en el modo en que se utilizan estas herramientas y cómo nos relacionamos con el otro.
“Antes, por ejemplo, las fotografías familiares o personales las mostrábamos en reuniones sociales, mediante un álbum de fotos, ahora las publicamos en Internet, por esto es importante marcar la diferencia entre los que hemos tenido que ir aprendiendo el uso de las redes sociales (migrantes) y quienes han nacido ya utilizándolas (nativos)”, señalaba Nahmod.
Es un tema que nos toca a todos. Primero están los migrantes tecnológicos, quienes inician el contacto y manejo de estas nuevas tecnología siendo ya adultos, y entonces vemos a algunos asumiendo actitudes de adolescentes, que no son acorde con el momento evolutivo que vive esa persona.
Por otro lado, están quienes han tenido contacto con estas tecnologías en casi todo su acontecer psicosocial, que son los más jóvenes, niños y adolescentes, para quienes el uso de estas herramientas tiene una connotación diferente, más cercana, por lo que a veces no logran dimensionar el alto alcance que tienen estos instrumentos virtuales y no siempre toman conciencia de lo que implica su masividad.
Hay que entender que aunque las personas nativas de la tecnología, jóvenes y adolescentes, tienen naturalizado el uso de las redes sociales, igual son personas que deben ir aprendiendo su uso, porque la evolución de estas herramientas es constante, vertiginosa. Por eso la corresponsabilidad en el uso y abuso, no sólo de quienes la utilizan, sino de quienes supervisan y deben ofrecer orientación.
Los nativos digitales, por estar tan familiarizados con las redes sociales, pueden incurrir además, sin darse cuenta, en sobre exposición, empleando sus redes sociales a modo de diario, donde reflejan todo su acontecer y exponen tanto su vida pública como privada, siendo, entre otras cosas, más proclives a ser víctimas de ataques digitales, como el cyberbulling, que es el uso de medios como Internet, telefonía móvil y videojuegos online, para ejercer el acoso psicológico entre iguales e incluso el grooming, que son acciones que realiza un adulto para ganarse la confianza de un menor de edad, con el objetivo de obtener beneficios sexuales.
Las redes sociales no nos atrapan, sino que nos envuelven, porque no se trata de juzgar su uso como nocivo o no, sino de entender que aunque son poderosas herramientas cada vez más necesarias para el desenvolvimiento personal, académico y profesional en el mundo actual, la manera en que las empleamos tienen repercusiones más allá de lo que creemos, tanto externa como internamente.
Con Amailia Barcan y Gustavo Nahmod en el programa «Esto da qué hablar».
Prohibir o evitar su uso sería tan inútil como innecesario; se trata de aprender a utilizarlas como cualquier otra herramienta, sacando el mejor provecho que puedan brindarnos, sin utilizarlas como sustitutas de experiencias interpersonales ajenas al mundo virtual, ni como sustento principal de nuestra propia percepción.
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Por Quintín Rodríguez T.
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